viernes, 15 de julio de 2016

La vida tras quien cuidamos

Cuando nos enfrentamos a cuidar de alguien pasamos por diversas etapas, que dependiendo del tipo de cuidador que seamos, dibujan una gráfica u otra.
Los cuidadores profesionales tienen una manera de enfrentar las cosas que pasan normalmente del entusiasmo al contratarles a la desilusión por la cantidad de trabajo o por las distancias al centro de trabajo o por diversas cuestiones que forman un racimo del que gotea constantemente como en la famosa tortura de la gota china. A veces consiguen evitar ese malestar generalizado con una buena dosis de sistemática, hacer las cosas que han de ver con el trabajo de la misma forma: se toma el medio de transporte a la misma hora siempre, ni antes ni después, se inicia el trabajo con los rituales establecidos, se atiende en orden, se realizan las tareas a las mismas horas...
Ese orden lleva a la satisfacción y de alguna manera impregna de tranquilidad nuestro día a día.

Los cuidadores "informales", los familiares, voluntarios, amigos, tienen otro modo de afrontar las situaciones. El cuidador principal inicia la actividad sin contraprestación alguna, en principio, le cae el rol de cuidador tras un accidente cerebrovascular de la persona con la que vive, tras la indefensión agravada de su madre, que no puede hacerse cargo de sí misma y mucho menos de su pareja, tras la mala noticia de la mala enfermedad que acaba de hacer oficialmente acto de presencia.


El punto de partida del cuidador informal es distinto al del cuidador formal y el punto de llegada también; incluso las etapas intermedias son dispares.
Los cuidadores formales tienen incentivos económicos, de seguridad, de prestigio social, de aprendizaje, de mejora de las condiciones profesionales, es decir, que si la vida es un trébol de tres hojas con una dedicada a sí mismo, otra a las personas y otra al trabajo, una de las hojas está completa para ellos con su actividad, condiciones de trabajo, expectativas y retribución.

Los cuidadores informales no tienen esos incentivos, sino que han de buscar en su propio interior para encontrarlos, tienen que trabajar la hoja del trébol de sí mismos, interiorizar las recompensas que se dan a sí mismos por lo que hacen.

¿Y las personas cuidadas?

Para el cuidador formal es un cliente, en la terminología más reciente, un usuario en la tradicional. Económicamente, la nómina se genera a partir del cobro que se le realiza al pagador de los servicios, sea el usuario mismo u otra entidad o persona. La rentabilidad de los servicios, que son muy caros, se mira con lupa por parte de los gestores y si se trabaja en una de estas empresas todo está organizado para que no se escape el dinero por la ventana y para que la nómina se abone escrupulosamente a tiempo.

Para el cuidador informal es un familiar, un amigo, alguien que era alguien y que poco a poco va dejando de ser aquello y convirtiéndose en otra persona, con demandas distintas, hasta el punto de considerarlo una carga, con un funcionamiento peculiar en cuanto que la relación cambia. La persona dependiente recupera miedos y realiza solicitudes que el cuidador informal considera excesivas y no vinculadas a la nueva realidad, sino que las puede ver como sostenidas por el capricho. En estas realidades hacen acto de presencia parcelas de la personalidad que quizás andaban ocultas por no ser necesarias, aunque existían.

Además, en el caso de los cuidadores informales y de los familiares que aparecen de vez en vez, existe una fuerte disposición biológica y social a desprendernos de lo que no sea de utilidad para seguir adelante, a lo que se une el componente económico que tanto peso tiene en nuestras culturas.

El esfuerzo para no llegar a cosificar a la persona dependiente, sobre todo cuando se trata de un mayor que tiene pocos visos de mejorar (otra cosa es cuidar durante un par de meses a alguien con una rotura traumática o un posoperatorio) es ímprobo, hasta que perdemos la batalla o hasta que nos llaman al orden (ya sea la vida, ya otras personas) y logramos establecer de nuevo una rutina que nos permita mantener las actividades de todo tipo que hacen que la vida de cuidador merezca la pena vivirla.

Artículo publicado el 10 de julio de 2016 en el Ideal de Jaén

En ocasiones, en muchas ocasiones, afortunadamente, sucede que el mayor se integra en la vida de los suyos con naturalidad, porque nunca ha salido de ella, que mantiene una actividad reducida pero equivalente a la que mantenía antes, que continúa con las relaciones que tenía y que además sale en el diario de su ciudad, de vez en vez, le hacen un homenaje y recogen las anécdotas que no se cansa de repetir, porque son las de la zona en la que reside. Como decía el autor de un libro conocido, las personas hacemos vida en un radio de apenas cuatrocientos metros. Seguro de Carlos de Pablo, el hombre de la foto, inventor del Rossini, una bebida muy conocida en esa ciudad, Jaen, especialmente en el local donde ha transcurrido parte de su vida, estará de acuerdo en algunas de nuestras afirmaciones.


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