jueves, 8 de septiembre de 2016

Cuidadores con 37 grados a la sombra

Las sillas son nuestras aliadas y cada vez más prácticas. Además, su adquisición puede estar subvencionada y es desgrabable (salvo los modelos "deportivos" de ruedas extra grandes) en el impuesto de la renta en este país. 

En una pequeña ciudad de costa, tras bajar del autobús.
Foto prestada
Durante el verano he tenido oportunidad de ver numerosas de éstas, especialmente a las horas a las que se puede respirar en la calle. Muchas de las cuidadoras son profesionales, personas que trabajan a domicilio, directamente o a través de una asociación o del ayuntamiento, si bien la mayoría de las personas que he visto son familiares y muchos de ellos de la misma edad, abundando las parejas que se hacen cargo de su media naranja durante estos duros tiempos.
En el centro de una gran ciudad. Foto prestada. 
La silla por sí misma no incrementa la vida social de las personas dependientes, pero la promueve; el parque, la terraza de cafetería, el centro social tal cual, son lugares donde la probabilidad de establecer contacto con otras personas ajenas a nosotros se incrementa. Y las personas dependientes mantienen su salud mental, la incrementa, la protegen, con las relaciones. Son numerosos los experimentos que avalan el hecho de que el aislamiento social produce tanto dolor mental que puede llegar a agravar las enfermedades; muchas personas en circunstancias de dependencia de otros se benefician de un entorno rico en relaciones, del intercambio con otros. Porque somos dependientes desde que nacemos, porque somos seres sociales, porque necesitamos influir en los demás y que nos influencien: con sus risas, sus anécdotas, sus comentarios, sus recetas, sus hobbies, sus narraciones.
Cada persona necesita escuchar la narración de otros para narrarse también lo suyo, para darle forma. 
Así que si tienes la oportunidad de charlar con alguna persona mientras está sentada en su silla, dedícale esos minutos que tan bien le van a sentar. Es de las pocas cosas gratuitas que las personas dependientes disfrutan. Porque, como la vejez, la dependencia impone renuncias. Pero la charla, la palabra, permanecen. 


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